Apartado del mundo, neurótico, introvertido, enfermo; un hombre inquietante que produce cosas inquietantes, Franz Kafka es por antonomasia el arquetipo del escritor como un bicho raro. 

Era quisquilloso, hipocondríaco y sensible a los ruidos. Le desesperaba el constante ruido en el departamento de su familia.

“Sería incomparablemente más feliz viviendo en el desierto, en un bosque, en una isla, y no aquí en mi habitación entre la de mis padres y el living” … la vida es simplemente terrible; es algo que siento como pocos. A menudo (y en lo más profundo de mi ser quizás todo el tiempo) dudo que yo sea un ser humano”.

A pesar de comprometerse tres veces (dos de ellas con la misma mujer) nunca se casó. Pensaba que el matrimonio podría ser un gran obstáculo para la creación (“tengo que estar mucho tiempo solo” “solo, quizás algún día pueda dejar mi trabajo. Casado, esto nunca será posible”). Disfrutaba de la vida nocturna de Praga, donde asistía regularmente a todo tipo de actividades, desde cafés literarios hasta los mejores burdeles.

Tenía aversión al teléfono, razón por la que escribía compulsivamente cartas en las que formulaba todo tipo de dudas, incluso las más banales.

Aunque se decía que estaba obsesionado con la escritura, pidió a su amigo y albacea literario Max Broad que destruyera todos sus manuscritos y cartas, las que debía recuperar y quemar. 

“De todos mis escritos, los únicos libros que pueden quedar son; El proceso, Metamorfosis, En la colonia penitenciaria, Un médico rural, y el cuento Un artista del hambre”.

Como sabemos, éste incumplió con el deseo de quien hoy conocemos en más profundidad por sus diarios y cartas, aunque siempre será recordado por dar vida a un hombre que se transforma en insecto.