«La Dependienta» (2018) es una de esas lecturas que representan un cable a tierra, en el sentido de que nos recuerdan la existencia de caminos alternativos y que no hay una sola fórmula que pueda explicar cómo vivir la vida.
En un país como lo es Japón, altamente competitivo y estructurado en su vida social y laboral, Keiko Furukura desentona con una forma de pensar que tiene una lógica muy particular. Para ella no existen las convenciones sociales, los caminos marcados, las grandes aspiraciones ni ambiciones extravagantes. Podría decirse que este libro es la crónica de una vida sencilla: Keiko trabaja en Smile Mart, un mercado de barrio. En Japón es muy normal tener trabajos eventuales por horas cuando uno es estudiante o por alguna situación de salud o problema familiar particular. A estos trabajos se los llama «arubaito» y están bien vistos solo de manera temporal. Keiko disfruta mucho su trabajo en el mercado como dependienta o empleada de atención al público. El dinero le alcanza para vivir de manera independiente, conoce las reglas de su trabajo de memoria y todas sus tareas le salen de manera automática. No sufre de estrés ni de presiones. Cumple horario, hace horas extra ocasionalmente y entrena a nuevos trabajadores cuando es necesario.
«La tienda disponía de un manual impecable y me desenvolvía muy bien como dependienta, pero no tenía ni idea de cómo ser una persona normal en un lugar sin manual de instrucciones.»
¿Dónde radica el conflicto en esta novela? En la sociedad. En un principio la vida de Keiko es bien vista mientras es una adulta joven, sin embargo a sus 36 años comienzan a surgir cuestionamientos sobre su estado civil (¿Por qué sigue soltera? ¿Cuándo piensa casarse?), la maternidad (¿No se da cuenta de que se le está pasando la hora?) y la posibilidad de conseguir un trabajo fijo y estable, algo más profesional o mejor posicionado.

«El mundo normal es un lugar muy exigente donde los cuerpos extraños son eliminados en silencio. Las personas inmaduras son expulsadas.
Claro, por eso tenía que -curarme-. Si no me curaba, sería eliminada del grupo de la gente normal.»
El dilema de Keiko es compartido por todos los que en algún momento elegimos caminos alternativos en la vida y fuimos cuestionados por ello. Muchas veces lo que nos brinda felicidad y salud mental está muy lejos de ser lo que la sociedad considera exitoso. Este rechazo externo lleva a cuestionamientos internos y, en algunas ocasiones, a tomar decisiones que no nos gustan pero que satisfacen al público en general.
Si alguna vez, como yo te sentiste un sapo de otro pozo hay un mensaje para vos en «La Dependienta». Este mensaje puede unir nuestras voces y romper con paradigmas antiguos que no celebren nuestras diferencias.
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