«I once had a book or should I say, it once had me». Parafraseando a Lennon y McCartney inicio una reseña que ansiaba mucho realizar y es posible gracias a haber releído esta bellísima obra, Norwegian Wood o Tokio Blues (1987)
Haruki Murakami es uno de mis autores favoritos de todos los tiempos y, a modo de recomendación personal, un muy buen inicio al mundo de la literatura oriental. Como escritor Murakami construye un puente entre occidente y oriente que nos transporta de manera casi imperceptible a muchas de las sensaciones que más me gustan de leer este tipo de literatura. Por mencionar algunas tenemos la presencia de la naturaleza en todo tipo de momentos; las diferencias temporales en cuanto a vivencias y duración de las experiencias; las actitudes de aceptación de los eventos sucedidos y una sensación de que siempre salimos cambiados al sumergirnos en literatura asiática. Nos llevamos una enseñanza.
Murakami tiende a mezclar fantasía con realidad a modo de realismo mágico, sin embargo esta obra difiere de su trabajo previo y posterior presentándonos una historia verosímil en todos sus aspectos.
En un Tokio de finales de los sesenta conocemos a Toru Watanabe, un estudiante de universidad con un pasado turbulento. Tras la pérdida de su mejor amigo Kizuki, Naoko y él deben afrontar un mundo sin uno de sus pilares. Naoko era la novia de Kizuki y los tres eran inseparables en un vínculo extraño pero funcional. La novela da saltos en el tiempo entre un Watanabe adulto que comienza narrando la historia de su juventud a partir de la canción que da título a la novela, y nos pasea por la secundaria y universidad de nuestro protagonista. Toru trabaja en una tienda de discos como alguna vez lo hizo el propio escritor, lo que nos lleva a pensar cuánto de autobiográfico tendrá la historia.
Mientras Watanabe experimenta su paso a la universidad Naoko se interna en un hospital psiquiátrico en donde los pacientes se cuidan entre ellos y cuentan con muchas más libertades de lo normal. Allí conoce a Reiko, otro personaje fundamental para conectar a Watanabe y Naoko cuando se encuentran distanciados.

Watanabe y Naoko tendrán encuentros en dicho internado e irán profundizando su relación.
«La memoria es algo extraño», nos dice Watanabe con mucha sabiduría.
Mi personaje preferido es Midori, una estudiante universitaria que trabaja en la librería de su familia y cuida de su padre enfermo. Midori es atrevida, auténtica y muy exótica. Sus impulsos la llevan a besar a Watanabe para luego decirle que tiene novio o pedirle que piense en ella mientras se masturba. El contenido sexual de la novela roza lo burdo y no suma nada a la trama pero refleja el descubrimiento que hacen los personajes de las relaciones interpersonales en una época de muchos cambios.
Una buena forma de iniciar la lectura es a través del cuento «La luciérnaga», comprendido en la antología «Sauce ciego, mujer dormida» (2009), que narra un fragmento de la novela y nos introduce a personajes como Toru y su compañero de cuarto en la universidad: Tropa de asalto.
«La vida es como una caja de galletas» nos cuenta Midori y, tal como reflexionó la madre de Forrest Gump pero con chocolates: nunca sabemos qué nos va a tocar. Son galletas surtidas. Tampoco sabemos qué nos tocará cuando abrimos la portada de un libro, sin embargo es seguro que si leemos Tokio Blues no saldremos intactos de esta historia.
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