Kawakami y un relato que brilla como el mar

Descubrí a Hiromi Kawakami, esta maravillosa autora japonesa, hace apenas unos meses cuando leí El cielo es azul, la tierra blanca (2008) y recientemente,  por el regalo de un amigo volví a topármela con Algo que brilla como el mar (2003), una novela completamente diferente en cuanto a trama y personajes pero que conserva toda la esencia de su autora.

Midori Edo es un adolescente forzado a sentirse y comportarse como adulto por las circunstancias. Vive en armonía con su familia: Masako, su abuela materna y Aiko, su madre. Los roles de Masako y Aiko no están definidos. La abuela es madre y padre a la vez. Aiko es más una amiga u onee-san (hermana mayor en japonés) y, por último, nos topamos con Otori quien es el padre biológico de Midori pero es su hijo quien debe cuidar de él, pues su inmadurez nunca deja de sorprendernos a lo largo de las páginas.

“Cuando anochece, tengo tendencia a perderme en mis pensamientos, pienso en mi pasado y en mi futuro, y vuelvo a preguntarme aquello de: Vagamos por la vida sin rumbo fijo, y luego ¿qué?”

A medida que avanza la historia, ésta corta frase que resulta casi como una suerte de mantra existencial, nos acompaña junto a las revelaciones de los personajes. Porque Midori trata de entender su relación afectiva con Mizue, su amiga/novia y compañera de escuela; Hanada, su mejor amigo, decide vestirse de mujer con un uniforme de escuela tipo marinera para entender mejor a la sociedad en la que vive; Aiko pasa su tiempo libre con su nuevo novio, el señor Sato, mientras le cuenta a su hijo porque se separó de su padre; y Otori… bueno Otori hace papelón tras papelón. Sin embargo, los personajes son tan humanos que nos sentimos fácilmente identificados con ellos y es esta construcción de sus personalidades la que se lleva toda la riqueza de la novela. No es tanto lo que sucede en sí sino cómo las personas se ven atravesadas por los momentos.

El “Día Edo” es una celebración de esta peculiar familia de a tres. Intercambian saludos formales y regalos, duermen la siesta miran el atardecer y luego despilfarran sus regalos – que siempre son sobres con dinero – comprando comida rica para compartir. Así transcurren todos los 20 de junio y la descripción de esta fiesta tan original constituye uno de mis capítulos preferidos. 

La literatura japonesa encierra más literatura japonesa y te lleva a tejer una telaraña de posibilidades para relacionar temáticas, lugares y personajes. Por eso me parece magnífico y digno de mencionar a Banana Yoshimoto y su cuento “Moonlight Shadow”, se da un momento de intertextualidad imposible de pasar por alto. Hiromi Kawakami y Banana Yoshimoto son, a mí parecer, dos grandes autoras representantes de su país. 

“Las cosas sencillas son melancólicas.”
Y así es esta novela: sencilla, profunda, movilizante y, sobre todas las cosas, muy real.

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