Olga es polaca, feminista, vegetariana y ecologista. Tiene un envidiable conocimiento del cosmos y como fue psicóloga dice que su literatura es un puente que une ambos mundos.
Cuando era chica imaginaba que el ruido que escuchaba en la vieja radio de su mamá, al fallar las antenas entre Praga y Nueva York, eran agujeros negros y que de alguna forma, podía escuchar información importante de diferentes sistemas solares y galaxias.
En el 2019 ganó el Premio Nobel de Literatura por ser dueña de una “imaginación narrativa que con pasión enciclopédica representa el cruce de fronteras como una forma de vida”.
Algunos han calificado su obra como metafísica, lo cual suena bastante bien para los efectos comerciales de las editoriales pero muy pobre en cuanto a lo que realmente son. Porque Tokarczuk se pasea por todos los géneros, distintos tonos y nos sumerge en un trance.
“Sobre los huesos de los muertos”, es la primer novela que leo de Olga. La protagonista, Janina Duszejko, es defensora de los animales y la naturaleza, aficionada a William Blake y a la astrología (a quien conoce le pregunta su fecha y hora de nacimiento ya que según dice, esa es la verdadera llave para entender al hombre). Un vecino, ahogado por un hueso de ciervo que le atraviesa la tráquea mientras cena, es el detonante de una serie de misteriosas muertes con un denominador común: todas las víctimas eran conocidas por sus prácticas de caza.
A diferencia de la policía y los demás pobladores, Duszejko es la única que cuestiona la relación abusiva de los humanos con los animales y plantea la teoría de la venganza. Y en ese sentido, Sobre los huesos de los muertos, va mucho más allá de centrar su narrativa en torno a quién es el asesino pues como bien plantea Olga Tozarczuk “sería un desperdicio de papel y de tiempo”. La novela es en cambio una oportunidad para poner en discusión la avaricia, los derechos de los animales y la falta de respeto a la naturaleza simplificando el mundo en un objeto que se puede cortar en pedazos, agotar y destruir.
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